“Porque saber que lo estoy, que puedo caer
hoy tanto como ayer, es agotador. Reconozco que tu eres ese y yo un poco más
allá, aquel”
Eso me decía hace algunas noches, cuando
mis manos se veían inspiradas por esos amores del pasado, hoy sencillamente
pienso, que soy como muchos poetas melancólicos. Nos gusta el drama de una
canción de otoño, las huellas que dejan las tortugas antes de irse a recorrer
el mundo, la soledad de la noche, el
sonido del viento, y esos recuerdos que ya habíamos olvidado. Imploramos por
tener silencio para escribir extensos y avasallantes poemas, pero cuando lo
obtenemos, nos llenamos de tanto miedo que después de tan solo unos minutos
abandonamos nuestro propósito.
Y allí en medio de un vagón del metro, con
unos pequeños audífonos tratamos de ignorar al mundo, subiéndole el máximo a
nuestras melodías para así no escuchar los gritos de los niños, las conversaciones
rutinarias de personas comunes que se desplazan a casa luego de un agotador día
de trabajo.
Tapamos el ruido con más ruido y suelo
pensar que todo es anhelo, deseo por lo que no tenemos, desprecio por lo que ya
es nuestro. Anhelamos momentos de silencio que no sabemos manejar. Imaginamos
como cada escena de nuestras vidas se mueven en torno a un Soundtrack.
Nos
encantan los amores vespertinos, aquellos que no son del todo color rosa, que
no son correspondidos, que se encuentran al pasar los años y siempre pensamos
en lo que pudo ser.
Creemos en las causas perdidas, y en la negativa de aceptar
lo aceptable.
Nos gusta vivir a través de aquel último
libro que leímos, porque solo así le damos una pizca de emoción a nuestra vida.
Aceptamos callados las injusticias porque
nos convencemos que ya nada podemos hacer.
No dejamos de recordar esa última película
que nos hizo llorar, ni esa estrella que se quedó con nosotros toda una noche
mientras las olas salpicaban las rocas del Oeste a Este.
Nos gusta guardas pedacitos de papel con
fechas importantes, nombres y palabras sin sentido para luego conmemorar lo que
pasaba por nuestras cabezas en aquellos días.
Nos encanta idealizar nuestro futuro y aún
más predecir nuestra muerte.
Con el paso del tiempo dejamos de ser tan
trágicos, y solo guardamos esas sensaciones para momentos en que lo ameriten, terminamos
por convertirnos en aquellos como muchos.
De vez en cuando, luego de cierto tiempo,
si somos poetas de corazón nos dejamos hipnotizar por esos recuerdos, pero no
perdemos el carácter. Solo reímos, lloramos y aceptamos.
Pero el anhelo siempre está allí, detrás de
nosotros. Queremos dejar de utilizar a otros como nuestras musas, deseamos por
el contrario, ser la inspiración de alguien más.
Sentimos miedo de la
costumbre, queremos viajar a un país del norte para escribir en una de esas tardes sepia.
Queremos guardar un álbum con todas esas
bellezas grotescas, que nos inmovilizaron por un instante.
Y entonces, de nuevo anhelamos un
desequilibrio para equilibrarnos, pintar un gran boceto paisajístico con
nuestros temores. Queremos ser otros, interpretar un personaje para cada día.
Después de todo, un buen poeta sabe cómo
utilizar estos miedos y frustraciones a
su favor, sabe explotar aún más esos días grises torneándolos en días naranjas
y violetas, para crear nuevas palabras, nuevas emociones y nuevos tormentos que
logren moverlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario